Icono del sitio iLab

¿Cómo innovar sin romper el legado de tu empresa?: la innovación incremental como puente hacia el futuro

innovación incremental

innovación incremental

 

 

Cuando piensas en tu empresa, muy probablemente te preguntas cómo será su futuro, cómo logrará mantenerse relevante en un mundo donde todo cambia tan rápido que lo que hoy es innovador, mañana ya está en proceso de volverse obsoleto. 

En un escenario como el que vivimos, en el que la velocidad del cambio redefine constantemente los términos del éxito, ¿cómo evitar quedar rezagado? La respuesta parece obvia y seguramente la has escuchado una y otra vez: necesitas innovar. 

Pero, ¿cómo lograr que esa necesidad de evolucionar no destruya todo lo que has construido durante años —esa cultura, esos valores, ese conjunto de saberes y prácticas que forman el legado de tu organización?

A primera vista, parece que se debe escoger entre dos caminos opuestos: abrazar la innovación radical y reinventar todo desde cero, o conservar a toda costa lo que has construido y correr el riesgo de volverse irrelevante. Pero esa es una falsa dicotomía, porque existe un punto medio que permite innovar sin romper el legado, es decir, con lo esencial: la innovación incremental, una vía que habilita la evolución desde lo existente, preservando lo fundamental mientras se avanza. 

El concepto tiene raíces en la teoría del incrementalismo del profesor de Yale, Charles Lindblom, formulada en su ensayo de 1959 “The Science of Muddling Through», donde defendía que los cambios se hacen mejor de manera gradual y con pasos manejables. En este sentido, en el ámbito empresarial, el término innovación incremental se ha consolidado para describir una serie de pequeñas mejoras o actualizaciones sobre productos, servicios o procesos existentes que buscan eficiencia, productividad y diferenciación competitiva, con el fin de mantener o mejorar la posición de mercado de un producto

Por ejemplo, el iMac o el iPod fueron innovaciones incrementales: productos que no inventaron una categoría completamente nueva, pero que perfeccionaron la experiencia del usuario y redefinieron estándares de diseño y usabilidad. En contraposición, innovaciones radicales como Lisa o Newton —computadoras adelantadas a su tiempo, con interfaces gráficas y pantallas táctiles pioneras— fracasaron comercialmente, según explica el artículo de MIT Sloan Management Review, “The Benefits of Incremental Innovation”. Cuando se hace bien, lo incremental es sinónimo de evolución consistente sobre lo existente, con un impacto acumulativo que suele resultar más sostenible en el largo plazo.

 

La innovación incremental debe administrarse

 

La innovación radical suele acaparar la atención, ya que introduce productos o servicios completamente nuevos que reemplazan a lo existente, sin embargo, implica un mayor riesgo, ya que exige una inversión en recursos muchas veces desproporcionada o un cambio cultural tan abrupto que la organización misma no logra adaptarse. 

A pesar de los esfuerzos hechos por las organizaciones –como la implementación de inteligencia artificial o bit data– investigadores estiman que entre el 70% y el 90% de las iniciativas de innovación fracasan, y que los proyectos de innovación más “radicales” tienden a fallar con mayor frecuencia precisamente por su complejidad al implementarlos y por los problemas para escalar y coordinar recursos para mantenerlos a flote, como apunta una investigación realizada por  McKinsey.

Por todo esto, la sabiduría corporativa busca equilibrar esta tensión. Empresas como Google han popularizado el modelo 70-20-10, que sugiere destinar el 70% del esfuerzo a mejoras incrementales en el negocio principal, el 20% a extensiones adyacentes y solo el 10% a apuestas radicales, lo que permite mantener un mayor equilibrio y así sostener lo que funciona mientras se explora el cambio de forma más segura.

 

La innovación incremental sostiene de forma silenciosa

 

De esta manera, aunque la disrupción suele ser la que llena titulares y conferencias, la innovación incremental sostiene silenciosamente a muchas de las empresas más exitosas del mundo. Su atractivo está en que permite conservar lo que ya funciona y adaptarlo al ritmo de los tiempos. Entre sus beneficios está la capacidad de extender la vida útil de los productos, generar mejoras constantes en la experiencia del cliente y construir ventajas competitivas más difíciles de replicar por la competencia, precisamente porque se basan en una acumulación de detalles.

Un ejemplo es Coca-ColaSegún la Organización Mundial de la Propiedad Intelectual (WIPO), la empresa enfrenta lo que llaman el “Coca-Cola Challenge”: cómo mantener fresco y emocionante un producto que es exactamente el mismo desde 1886. La estrategia ha sido lo que ellos denominan Constant Reinvention: reinventar continuamente los activos existentes sin modificar la fórmula secreta de la bebida.

Esto se traduce en innovaciones “fuera de la botella”: campañas icónicas que se adaptan al contexto cultural de cada época —desde posicionarse como un tónico en la Gran Depresión, un símbolo de alegría en la posguerra, hasta un puente de unión en los años sesenta—; el uso de tecnología y redes sociales para co-crear experiencias con los consumidores; y movimientos de marketing que han marcado época, como el “Share a Coke”, que personalizaba las botellas con nombres propios. 

Todo esto demuestra que la innovación incremental no se limita a pequeños ajustes técnicos, sino que puede abarcar la forma en que una marca conversa con sus consumidores, se mantiene relevante frente a nuevas generaciones y escala rápidamente ideas exitosas. 

 

Así se implementa


La innovación incremental es, para cualquier empresa, una forma de construir fortaleza porque permite crecer a la vez que se conserva la esencia del negocio. Pero para una empresa familiar –las cuales en su mayoría conforman el PIB de México–, puede ser el puente que conecta pasado y futuro, porque permite que los valores, la cultura y las prácticas heredadas convivan con los cambios del entorno.

De esta manera, este tipo de innovación es para todos, ya que, además, ayuda a disminuir el riesgo: cuando mejoras poco a poco, los errores son más fáciles de corregir, las inversiones se calibran mejor, y la organización puede adaptarse paulatinamente. Y esto, es fundamental, ya que de acuerdo con cálculos como los realizados por el profesor de Harvard, Clayton Christensen, el 95% de los productos que son lanzados al mercado cada año, falla.  

El primer paso para aplicarla es reconocer que esta no es sinónimo de ruptura sino de curiosidad consciente. Se trata de escuchar al cliente con atención, observar los procesos internos y preguntarse cómo se puede mejorar, aunque sea en un uno por ciento, lo que ya existe. Los pequeños cambios, acumulados en el tiempo, terminan construyendo una transformación tan profunda como cualquier disrupción, pero con la ventaja de no sacrificar el legado.

Esto no es solo un decir. James Clear, autor del bestseller “Hábitos atómicos”, explica en su ensayo sobre la regla del 1% que pequeñas mejoras sostenidas generan ventajas desproporcionadas a lo largo del tiempo. “No necesitas ser el doble de bueno para obtener el doble de resultados. Solo necesitas ser ligeramente mejor”, afirma Clear, porque lo que empieza como una ligera ventaja se “intensifica con cada nueva iteración”.

Aplicado a las empresas, esto significa que rediseñar un proceso interno para ganar minutos, ajustar la cadena de suministro para reducir desperdicios o capacitar a un equipo en una nueva habilidad puede parecer insignificante hoy, pero esas mejoras continuas terminan siendo la diferencia que asegura que el negocio no solo sobreviva, sino que prospere y permanezca relevante generación tras generación.

Una manera de implementar estas ideas pequeñas es crear un “laboratorio interno” donde se puedan hacer pruebas piloto, recibir retroalimentación rápida, ajustar, y solo entonces escalar. Este puede funcionar como un espacio acotado dentro de la operación diaria, con un equipo reducido y recursos limitados, dedicado exclusivamente a experimentar en corto plazo. Se trata de probar en pequeño, medir resultados y decidir si vale la pena replicar a mayor escala.

Pero para que las innovaciones incrementales funcionen, es muy importante establecer indicadores específicos de seguimiento. Medir es fundamental en cualquier proceso de mejora porque lo que no se mide no se puede gestionar. Así que ¿cómo medirás esa mejora del 1%? Puede ser reducción de desperdicio, menor tiempo de respuesta al cliente, mejora en eficiencia operativa o satisfacción del cliente. Esa disciplina de medir y adaptar es la que hace sostenible lo incremental.

Por ejemplo, una empresa de alimentos puede medir si un cambio en el empaque reduce las devoluciones por maltrato del producto en un 5%. Una compañía de servicios puede evaluar si al implementar un chatbot simple disminuye el tiempo de respuesta de 48 a 36 horas. O una manufacturera puede monitorear si el rediseño de una línea reduce el desperdicio en un 3%. No son transformaciones radicales, pero sí pasos firmes que, acumulados, generan un impacto duradero.

Ahora bien, para que estas mejoras de verdad echen raíces, conviene adoptar tres directrices adicionales. La primera es construir una cultura de ideas abiertas: permitir que todos, desde los operarios hasta los directivos, sugieran cambios, incluso si parecen triviales. 

De hecho, varios estudios sostienen que la cultura es de los factores que más puede estimular una conducta innovadora en los miembros de la organización, puesto que al influir la cultura en el comportamiento de los empleados, puede hacer que acepten la innovación como un valor fundamental en la organización y se comprometan con él. Y es en esa suma de ideas y su desarrollo, donde se encuentra la verdadera innovación incremental. 

La segunda es mantener un escaneo constante del entorno, porque muchas de las oportunidades de mejora no nacen dentro de la empresa, sino en las tendencias del mercado, en nuevas tecnologías o en regulaciones emergentes. 

Y la tercera es asignar recursos mínimos pero dedicados: un presupuesto específico, algunas horas semanales para probar mejoras e incentivos y reconocimiento para quienes proponen soluciones que funcionen. El laboratorio interno puede ser un inicio. 

De esta forma, innovar sin romper el legado deja de ser un ideal abstracto y se convierte en una práctica concreta, medible y participativa. 

La innovación incremental no es el camino más espectacular, pero sí el más sostenible, porque no se trata de perseguir grandes saltos imposibles, sino de caminar con pasos firmes que aseguren que el legado de tu empresa siga vivo, adaptado y relevante para el mañana.

 

Salir de la versión móvil