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La tentación de cerrar todo en diciembre (y por qué conviene resistirla)

Diciembre suele presentarse como un mes de cierre, pero en realidad es un mes de acumulación: cansancio físico, desgaste mental, presión por cumplir y una narrativa implícita que empuja a dejar todo resuelto antes de que termine el año.

La neurociencia muestra que este contexto no solo incrementa la carga emocional, sino que también exige más recursos mentales de lo habitual. Un artículo del Harvard Mahoney Neuroscience Institute explica que, durante la temporada decembrina, el cerebro entra en un estado de alta demanda por la acumulación de responsabilidades, estímulos sociales y presiones financieras, lo que obliga al córtex prefrontal —la región encargada de planear, autocontrolarse y decidir— a operar en “sobrecarga”.

La psicología ha estudiado este fenómeno bajo el concepto de fatiga decisional: cuando acumulamos decisiones en contextos de estrés, tendemos a elegir lo más fácil, lo más rápido o lo más conservador, no porque sea mejor, sino porque requiere menos energía mental. Esto ocurre incluso en profesionales altamente entrenados y se ha observado en ámbitos como la medicina, donde la capacidad de toma de decisiones asertivas disminuye hacia el final de jornadas largas.

El paralelismo con el mundo empresarial es evidente. Diciembre concentra más decisiones, menos pausas y una presión emocional adicional que no existe el resto del año. Además, la fatiga mental también cambia cómo percibimos el riesgo: un estudio publicado en Nature muestra que, bajo carga cognitiva, las personas se vuelven más aversas al riesgo al evaluar escenarios futuros. En términos prácticos, esto significa que una decisión tomada en diciembre no solo puede ser menos reflexiva, sino estratégicamente distinta a la que se tomaría con la misma información en enero.

 

Lo que conviene no cerrar en diciembre

 

Cuando este contexto se ignora, suele haber una tendencia a forzar decisiones que después generan fricción, correcciones innecesarias o desgaste interno, sin embargo, eso no significa que en diciembre no deba tomarse ninguna decisión. 

Al contrario: hay tareas que sí se benefician de un entorno de menor carga cognitiva, como cerrar pendientes operativos simples, dejar acuerdos claros de corto plazo, ordenar documentación, definir prioridades  inmediatas para enero o cerrar proyectos que ya se tengan resueltos y que nada más falte aprobar. Un artículo publicado por Fast Company confirma esto y asegura que para muchos líderes, diciembre puede ser incluso un mes en el que ciertas decisiones finalmente se destraban, no porque se piense mejor, sino porque el cierre del año reduce las opciones disponibles, acorta los plazos y obliga a priorizar.

El problema aparece cuando se intenta cerrar en este mes todo aquello que implica cambios profundos, como reorganizaciones, redefiniciones de roles o movimientos de poder, inversiones grandes, giros de negocio o apuestas que comprometen recursos a varios años, por ejemplo. Estas exigen conversaciones cuidadas, capacidad para sostener impacto emocional y recursos mentales abundantes, que difícilmente se tendrán en diciembre. La investigación sobre fatiga cognitiva muestra que cuando una persona está mentalmente fatigada, su tolerancia al riesgo tiende a disminuir y puede preferir opciones más conservadoras a la hora de evaluar riesgos y beneficios, comparado con estados de menor fatiga. Y esto es relevante en contextos de decisión empresarial porque una evaluación distinta del riesgo puede cambiar la elección entre alternativas estratégicas, no necesariamente en favor de mejores resultados.

Las conversaciones cargadas emocionalmente tampoco suelen salir bien cuando la mente está agotada. La evidencia científica muestra que la fatiga mental altera nuestra capacidad de regular las propias emociones, y que después de un esfuerzo cognitivo prolongado, las personas ya no pueden manejar con la misma eficacia sus reacciones emocionales a estímulos negativos, lo que puede traducirse en respuestas más intensas, menos matizadas y relaciones más tensas en momentos de conflicto. 

Por eso, en contextos de alta exigencia cognitiva —como diciembre, con tantas demandas simultáneas— intentar abordar temas delicados sin un momento de mayor claridad suele generar más desgaste que avance. 

Algo similar ocurre con los intentos de “reset cultural”. La cultura organizacional se redefine con atención sostenida y repetición, no en momentos en que las personas están pensando principalmente en sobrevivir al final del año. Diciembre puede servir para observar patrones, registrar tensiones y recopilar evidencia de lo que necesita trabajarse, pero raramente para transformarlo de raíz.

 

Por qué esperar implica una toma de decisiones asertivas 

 

Esta tendencia a forzar cierres no es solo cultural, también tiene una base neurobiológica. Una investigación retomada por CNN mostró que, tras largos periodos de esfuerzo mental, las personas tienden a privilegiar recompensas inmediatas sobre beneficios de largo plazo. Y otro análisis en el sector financiero, basado en más de 26 mil decisiones reales de crédito, encontró que conforme avanzaba la jornada —y aumentaba la fatiga— los analistas se volvían más conservadores y recurrían con mayor frecuencia a la opción por defecto, haciéndole perder a la compañía más de 500 mil dólares adicionales en solo un mes. En ambos casos, no faltaba información: faltaba claridad.

Lo que se puede interpretar a partir de estos hallazgos es que, bajo fatiga cognitiva, no solo decidimos peor, sino distinto. Por eso, en este contexto, lo más sensato no siempre es decidir rápido, sino dejar listos los procesos, los criterios y las preguntas clave para retomar lo importante en enero y poder así realizar una toma de decisiones asertivas. Una regla simple puede ayudar: si una decisión exige perspectiva, imaginar futuros posibles o sostener conversaciones complejas, probablemente no es para diciembre. Si solo requiere orden y dejar algo por escrito, este mes sí es un buen momento para avanzar. 

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