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La nueva era de la transparencia empresarial: la autenticidad como una ventaja competitiva

 

 

Durante décadas, la transparencia fue vista como un ideal ético dentro del mundo corporativo: deseable, pero no indispensable. Hoy, sin embargo, se ha transformado en una exigencia para las empresas, ya que ella es clave para cuestiones tan importantes como que los clientes confíen en esta, y le compren. Así que ya no basta con declarar principios, sino que se espera que las organizaciones expliquen con claridad cómo operan, cómo toman decisiones y cómo responden ante los dilemas éticos que enfrentan.

Y no es solo una intuición: un estudio publicado en la Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales y Humanidades (2024) revela que el 82 % de las personas considera que la transparencia es clave para mantener la confianza del consumidor, mientras que el 93 % afirma que mejora directamente la reputación corporativa. Además, el 88 % de los encuestados en ese mismo estudio respalda que las empresas comuniquen abiertamente sus prácticas éticas. Y no solo a través de informes anuales, sino mediante una comunicación constante, comprensible y accesible. 

Estas cifras confirman que la sociedad ya no tolera los silencios institucionales ni los eufemismos, sino que quiere saber y entender.

Las compañías que logran responder a esta expectativa no solo construyen vínculos más sólidos con sus audiencias: también fortalecen su sostenibilidad operativa, como lo confirma el 90 % de los participantes de este mismo análisis. 

Así que la transparencia, lejos de ser un acto de buena voluntad, se posiciona como un componente estructural de las organizaciones que aspiran a seguir siendo relevantes, y cuando esta es profunda y coherente, puede ser la estructura que la sostiene.

Este cambio de paradigma está dando lugar a nuevas formas de operar y comunicar, y entre ellas destaca un concepto que ha ganado fuerza: la transparencia radical.

 

La transparencia empresarial debería ser ‘radical’

 

El concepto fue popularizado por Ray Dalio, fundador de Bridgewater Associates, el fondo de inversión más grande del mundo. Dalio introdujo esta práctica en su empresa en los años noventa, cuando notó que la falta de diálogo abierto estaba afectando negativamente el desempeño del equipo. 

Su propuesta fue fomentar una cultura en la que todos pudieran expresar desacuerdos de forma directa, discutir errores públicamente y desafiar ideas sin importar jerarquías. La transparencia radical, según él, consistía en dejar de ocultar los errores, los problemas y las debilidades, y colocarlos sobre la mesa para analizarlos colectivamente.

Francesca Gino, científica del comportamiento y profesora en Harvard Business School, ha estudiado a fondo este enfoque. En un artículo publicado en Harvard Business Review, Gino explica que la transparencia radical puede ayudar a reducir sesgos cognitivos profundamente humanos, como la tendencia a evitar información que contradice nuestras creencias. Como ella señala, “cuando la transparencia revela nuestros sesgos universales, es más probable que podamos corregirlos, y eso beneficia tanto a las personas como a las organizaciones”.

Los estudios respaldan esta visión. Gino y otros investigadores han demostrado que cuando las personas reciben retroalimentación negativa que contradice su autoimagen, suelen rechazarla y alejarse de quien la ofrece. Sin embargo, en un entorno donde la transparencia es la norma y no la excepción, esta resistencia puede reducirse. La clave está en construir una cultura donde sea seguro y valioso decir la verdad, incluso cuando incomoda.

Bridgewater lo ha conseguido, al menos en parte, al establecer mecanismos institucionales para que esta práctica no dependa del carisma de un líder, sino de reglas claras. Las reuniones se graban, las decisiones se discuten abiertamente, y cualquier persona puede opinar sobre el desempeño de otra, incluso si se trata del fundador.

Pero no todas las empresas necesitan llegar a esos extremos para integrar elementos de transparencia radical en su cultura. Algunas lo hacen abriendo sus procesos de diseño al escrutinio público. Otras, como la marca sueca Asket, lo hacen al detallar con precisión el costo real de cada prenda —desde la materia prima hasta la distribución— y al reportar abiertamente el impacto ambiental de cada paso, lo que no solo informa al consumidor, sino también lo empodera, y convierte la transparencia en un diferenciador de marca.

El poder de mostrar lo que otros ocultan se extiende incluso a contextos más conservadores. En Estados Unidos, el Surgery Center of Oklahoma publica una lista detallada de precios para todos sus procedimientos quirúrgicos, algo inusual en un sector como el de la salud, donde la opacidad es la norma. Y esto, lejos de ahuyentar a los pacientes, ha incrementado la demanda, atrayendo personas de otros estados e incluso de otros países. La transparencia, en estos casos, no solo genera confianza: también genera negocio.

 

Lo opuesto a la transparencia empresarial

 

A la par de estos avances, sin embargo, ha emergido otro fenómeno mucho menos visible, pero igualmente revelador: el greenhushing. Mientras algunas empresas hacen públicos sus compromisos ambientales o sociales, otras optan por el silencio, incluso cuando están haciendo avances importantes. Este término fue acuñado para describir a las compañías que, por temor a las críticas o a ser acusadas de oportunismo, deciden no comunicar sus acciones sostenibles.

Según un estudio realizado en 2022 por la firma de consultoría climática South Pole, el 23% de las empresas encuestadas —todas con objetivos climáticos válidos— admitieron no hacer públicos sus compromisos ni progresos. Entre las razones más comunes están el miedo a ser señaladas por no cumplir al 100% con sus metas, o la desconfianza hacia un entorno social cada vez más exigente. Paradójicamente, ese silencio refuerza la sospecha generalizada: si nadie dice lo que está haciendo bien, la percepción pública es que algo están escondiendo. 

Este fenómeno sucede en varias latitudes, como en el Reino Unido, donde hasta un 63 % de las empresas del índice FTSE 100 en Reino Unido eligieron no promover activamente sus esfuerzos en esta materia, a pesar de contarlos en documentos corporativos, debido al temor de ser acusadas de greenwashing o en Estados Unidos, donde la cifra es similar, y 58 % de las grandes compañías subcomunican sus avances en esta materia por preocupaciones regulatorias o reputacionales. 

Pero esta estrategia cautelosa —defender menos lo que realmente se hace– no solo resta credibilidad, sino que también expone a las marcas y debilita su valor. Ya que al ocultarlas, las marcas no solo privan a sus consumidores de tomar decisiones informadas, sino que frenan el aprendizaje colectivo del sector: no comparten qué funcionó, cómo lo midieron o qué dificultades enfrentaron, lo que a su vez impide que las buenas prácticas se propaguen y se escale el cambio. Es decir, que el silencio corporativo retarda el progreso genuino hacia la sostenibilidad.

 

Pero la transparencia empresarial paga 

 

Las audiencias no esperan empresas impecables, esperan empresas honestas, y lo que más se valora hoy no es la narrativa sin fisuras, sino la capacidad de reconocer límites, mostrar procesos y compartir aprendizajes. Así que las compañías que entienden esto están desarrollando vínculos mucho más sólidos con sus comunidades, sus colaboradores y sus inversionistas, es decir, confianza, la cual, como bien sabemos, no se impone. Se construye. 

 Y la confianza, en un mercado cada vez más exigente, se convierte en una ventaja competitiva. Según un análisis publicado por business.com, el 87% de las personas está dispuesto a pagar más por marcas en las que confía. 

En otras palabras, la percepción de honestidad impacta directamente en las decisiones de compra. Esto se vuelve aún más relevante si se considera que retener a un cliente es entre cinco y 25 veces más barato que adquirir uno nuevo. Estudios de Bain & Company y un profesor de la Harvard Business School han demostrado que incluso un aumento del 5% en la tasa de retención de clientes puede elevar las ganancias entre un 25% y un 95%. En ese sentido, ser transparente —en las políticas, los procesos, los errores y los aprendizajes— también las vuelve más rentables.

Por eso es importante que las organizaciones de todos los tamaños empiecen a hacerse preguntas más profundas. ¿Qué estamos evitando contar por miedo? ¿Cómo se vería nuestra marca si habláramos también de nuestras contradicciones? ¿Qué impacto tendría que la transparencia fuera una práctica diaria?

Pero, ¿por dónde empezar a practicar la transparencia empresarial? 

 

Por aquí se empieza 

 

La transparencia empresarial no siempre comienza con grandes reportes anuales. A menudo, los cambios más efectivos son los más concretos y visibles para clientes, proveedores y colaboradores. Compañías como Patagonia han demostrado que abrir información básica –como el desglose del precio de sus productos, el origen de los materiales o el impacto ambiental de sus operaciones– puede fortalecer el vínculo con sus comunidades.  

Esta conexión se ve reflejada en la percepción pública de la empresa: según la encuesta de reputación de Axios y Harris Poll en 2023, Patagonia obtuvo la mejor valoración en Estados Unidos, destacándose por atributos clave como confianza, transparencia y compromiso con sus valores. 

Otro punto de partida viable para muchas empresas es mostrar de forma clara sus procesos internos: cómo se toman decisiones, qué criterios se siguen para contratar, cómo se mide el impacto de una iniciativa.  

Pero abrirse también implica enfrentar resistencias. Mostrar vulnerabilidades, prácticas mejorables o dilemas éticos internos puede causar incomodidad, tanto en el interior de la organización como en su entorno. Muchas organizaciones temen que, al reconocer sus fallas, puedan parecer débiles o pierdan credibilidad. Sin embargo, deberán abrirse a la idea de que la transparencia puede ser una de sus mejores herramientas para construir relaciones de confianza más profundas, fortalecer su reputación a largo plazo y mostrar un compromiso genuino con la mejora continua.  

Lo importante en este camino, es avanzar sin caer en el greenwashing, es decir, en mensajes vacíos, sobrepromesas o frases ambiguas sobre sostenibilidad. Para lograrlo, es clave que la comunicación venga acompañada de evidencia y coherencia.  

 

Una forma estructurada de lograrlo

 

Carbon Trust, una organización que tiene el objetivo de trabajar hacia un futuro decarbonizado, tiene una guía que propone un enfoque estructurado para comunicar las credenciales ambientales de manera transparente, basado en el acrónimo F.A.C.T.U.A.L. 

Según la organización, las empresas deben ser F (Fact driven), es decir, factuales, específicas y basadas en evidencia, incluyendo siempre las fuentes de datos que respaldan sus afirmaciones. La A representa «Avoid», evitando promesas de ser los primeros o de salvar el planeta, recordando que todo producto tiene un impacto ambiental y nunca debe sugerir que realmente beneficia al planeta.

La C de «Check» enfatiza la verificación del trabajo, recomendando revisar las mejores prácticas en la materia. Carbon Trust sugiere contactar organizaciones autorreguladoras locales para obtener asesoría sobre el contenido, y buscar garantías de terceros bajo estándares internacionales para proporcionar autoridad y rigor a las afirmaciones.

La T de «Truthful» aboga por la honestidad sobre el progreso real, tanto en lo logrado como en lo que aún falta por hacer, evitando posicionar el trabajo ambiental como una tarea completada y más bien como parte de un largo viaje. La organización recomienda crear un diálogo continuo con consumidores, proveedores y accionistas para compartir en qué punto del recorrido se encuentra la empresa.

La U corresponde a «User friendly», utilizando un lenguaje simple y comprensible, libre de acrónimos, incluyendo definiciones y asegurando fácil acceso a información adicional. La A de «Accountable» plantea la responsabilidad de que si surgen errores en la comunicación, asumir la responsabilidad, disculparse y explicar cómo se corregirá. Según Carbon Trust, los consumidores y accionistas tienen más probabilidad de perdonar si se es abierto y honesto con ellos.

Finalmente, la L de «Learn» reconoce que ninguna empresa tendrá el mismo camino hacia Net Zero, dependiendo del sector, mercado y tamaño. Para alcanzar Net Zero se requiere un esfuerzo colectivo, por lo que el aprendizaje continuo y compartir esos aprendizajes ayudará a las industrias a acelerar hacia un futuro descarbonizado.

La transparencia es un proceso, no una meta. Y como todo proceso, empieza con decisiones pequeñas pero visibles, como contar cómo se calcula el precio justo de un producto, explicar por qué se eligió un proveedor en lugar de otro, o mostrar en qué se invierten los ingresos de una línea social. Esa apertura puede parecer arriesgada, pero en un entorno donde las audiencias valoran la honestidad por encima de la perfección, es cada vez más rentable.

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