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Innovar sin drama: 4 estrategias de innovación de bajo riesgo para transformar procesos clave dentro de una empresa 

estrategias de innovación

 

Innovar siempre suena emocionante… hasta que llega el momento de hacerlo. Para muchos dueños de empresas, la innovación se percibe como un terreno lleno de riesgos, interrupciones, fallas costosas y cambios tan agresivos que pueden desestabilizar operaciones que llevan años funcionando. Y no es un temor infundado: estudios como el famoso análisis del profesor de la Harvard Business School, Clayton Christensen, estiman que hasta el 95% de los esfuerzos de innovación fracasan, lo que explica por qué muchos líderes sienten que innovar es casi sinónimo de “meterse en problemas”.

A esto se suma la realidad latinoamericana, donde el 98% de los responsables de innovación en empresas afirma que sus proyectos de TI fracasan antes incluso de lanzarse, y casi la mitad de esos proyectos no pasa más allá de la fase de desarrollo, según una investigación de Kaspersky. En ese contexto, la pregunta se vuelve inevitable: ¿existe una forma de aplicar estrategias de innovación sin esa disrupción dolorosa que tanto asusta? 

Estas cifras podrían desanimar a cualquiera, pero si se realizan estrategias bien pensadas, que transformen sin generar caos y que permitan poderla gestionar de forma inteligente, la respuesta es sí. Es posible innovar sin pasar por esa disrupción que se vuelve dolorosa y que tanto asusta. 

Pero esto empieza por entender que no todas las innovaciones son iguales. Una de las más conocidas es la innovación incremental, aquella que se construye a partir de lo que ya funciona. En lugar de reinventar la rueda, este enfoque propone perfeccionarla: mejorar un proceso que ya existe, optimizar un servicio que ya ofrece valor, o ajustar un producto para hacerlo más eficiente o más atractivo. Es un tipo de innovación que se mueve de forma discreta, casi silenciosa, pero cuyos efectos se acumulan con el tiempo. 

Cuando una empresa de logística reduce tiempos de entrega simplemente reorganizando rutas, o cuando una empresa manufacturera disminuye errores al estandarizar un paso del proceso, eso es innovación incremental en acción. No cambia la naturaleza del negocio, pero sí lo vuelve más competitivo.

Sin embargo, quedarse únicamente con esta forma de innovar sería como mirar solo una parte del mapa, ya que existen otros enfoques que permiten transformar sin poner en riesgo a la organización, y comprenderlos abre posibilidades que muchas empresas nunca consideran porque creen que innovar implica, necesariamente, hacerlo todo de nuevo. Existen distintos tipos de innovación, y cada uno puede convertirse en una estrategia de bajo riesgo si se implementa correctamente. 

 

Innovación modular: una estrategia de innovación que busca cambiar una pieza sin tocar la máquina completa

 

Una de las estrategias de innovación para transformar sin cambiarlo todo es la innovación modular, que consiste en modificar solo una parte del sistema para mejorar su rendimiento, sin necesidad de intervenir todo el proceso. Es un tipo de innovación que tranquiliza a cualquier dueño de empresa porque no exige detener operaciones ni reconstruir flujos completos: basta con intervenir el componente que más fricción genera.

La idea de innovación modular no nació en el management, sino en el mundo de la informática. Fue desarrollada y explicada por Carliss Y. Baldwin y Kim B. Clark, ambos profesores de Harvard, quienes estudiaron cómo la industria de las computadoras logró acelerar su capacidad de innovar enfrentándose a tecnologías cada vez más complejas. Ellos mostraron que la clave estuvo en dividir productos y sistemas enormes en módulos independientes, cada uno con reglas claras sobre cómo debía conectarse con los demás. 

Esta arquitectura permitió que distintos equipos —e incluso distintas empresas— trabajaran en paralelo sobre piezas separadas sin poner en riesgo la coherencia del sistema completo. Gracias a este enfoque, industrias enteras, como IBM y su famoso System/360, un sistema de computación diseñado desde cero como una plataforma modular y compatible entre generaciones, pudieron multiplicar la velocidad de sus mejoras: cambiar un módulo sin tocar los demás se volvió no solo posible, sino estratégico.

Su bajo riesgo proviene justamente de esa precisión. Una empresa puede mejorar un resultado importante tocando únicamente la pieza estratégica. 

Por ejemplo, si el área de cobranza es lenta porque las notificaciones se hacen manualmente, incorporar únicamente un módulo de recordatorios automáticos puede reducir retrasos sin alterar el resto de la operación financiera. Lo mismo ocurre cuando el equipo de ventas pierde prospectos porque el seguimiento depende de llamadas individuales: añadir una herramienta que recuerde tareas y envíe mensajes automáticos puede elevar la conversión sin imponer un nuevo sistema de ventas.

Aplicarla en la práctica implica observar el proceso como si fuera una cadena y detectar cuál es el eslabón débil. A partir de ahí, conviene probar un pequeño cambio sobre ese punto —no sobre todos— y evaluar si el impacto se mueve. El secreto está en intervenir lo mínimo necesario para desbloquear lo máximo posible. Su fuerza está en la sutileza.

La forma más rápida de aplicar innovación modular en tu empresa es empezar por un diagnóstico microscópico, no por una gran reestructuración. En lugar de revisar todo el proceso, revisa solo los puntos donde hoy se pierde tiempo, información o energía, como el retraso en una autorización, el reporte que siempre llega incompleto, el correo que nadie responde, la tarea que se hace dos veces. 

Elige un solo punto de fricción —el más caro, el más lento o el que más quejas genera— y pregúntate qué módulo aislado podrías incorporar para resolverlo sin mover nada más. Puede ser un software pequeño, un formulario digital, una plantilla estandarizada o un paso automatizado que sustituya una tarea manual. La clave es que sea un cambio que no obligue a rehacer lo que ya funciona.

A partir de ahí, implementa el cambio como un experimento controlado. No lo lances a toda la empresa: aplícalo a un solo equipo, sucursal o segmento del proceso por dos o tres semanas. Mide tres cosas antes y después: tiempo, errores y retrabajo. Si el módulo reduce cualquiera de las tres, entonces vale la pena escalarlo; si no, se desecha sin consecuencias porque no tocó la estructura principal. 

Así es como se innova sin drama, interviniendo partes pequeñas, midiendo resultados rápidamente y ajustando sin poner en pausa la operación. Este método no solo minimiza el riesgo, sino que acostumbra a la organización a mejorar de manera continua sin desgaste interno al diseñar partes de tu operación como módulos autónomos que se mejoren, prueben o escalen sin necesidad de rehacer toda la estructura. Al final, modularizar no es otra cosa que aprender a construir tu empresa como si fuera un sistema de piezas intercambiables que evolucionan.

 

Innovación arquitectónica: reorganizar las piezas para que todo fluya mejor

 

El concepto de innovación arquitectónica fue definido por Rebecca Henderson y Kim B. Clark en 1990, dos académicos de Harvard que querían entender por qué algunas empresas perdían competitividad aun cuando sus productos seguían siendo técnicamente sólidos. Su modelo demostró que la innovación no solo ocurre cuando se cambian los componentes de un sistema, sino cuando se reorganizan las relaciones entre esos componentes. Es el tipo de cambio que no altera las piezas, pero sí la forma en que se ensamblan; y esa simple reconfiguración puede transformar radicalmente el desempeño.

En las organizaciones, este tipo de innovación es especialmente útil porque es de bajo riesgo, no exige reemplazar herramientas, contratar nueva tecnología ni alterar estructuras enteras. Funciona como reacomodar una casa: los mismos muebles, pero otra lógica de circulación. De pronto entra más luz y el espacio respira mejor.

Muchas empresas descubren, por ejemplo, que sus retrasos no vienen de la producción, sino de cómo transita la información entre ventas y operaciones. En esos casos, no hace falta rehacer procesos completos, sino poner orden en la arquitectura: definir un canal único para avisos urgentes, acordar un mismo tablero de seguimiento, o ritualizar una reunión breve al inicio del día para sincronizar prioridades. Nada se inventa desde cero, pero el flujo se vuelve natural.

Lo mismo pasa cuando las áreas trabajan con sistemas que no se hablan entre sí: un CRM aislado, una plataforma de facturación independiente y un Excel que alguien mantiene a mano para “conectar” todo. Antes de pensar en reemplazar cada herramienta, la innovación arquitectónica invita a mirar qué tan integradas están, qué datos se duplican, qué pasos podrían unificarse o automatizarse, y qué decisiones viajan más lento de lo que deberían.  

Aplicarla, en realidad, comienza por observar cómo funcionan las cosas de verdad. Cuando un líder se toma el tiempo de seguir el recorrido de la información —como si investigara un caso, desde quién recibe el primer dato hasta quién toma la decisión final— empiezan a aparecer los desvíos, los chats que suplen a un sistema, los documentos que “parchan” lo que no fluye. 

Son esas pequeñas interrupciones las que revelan dónde la arquitectura está rota. Una vez identificadas, reorganizar es mucho más simple: basta con unir los puntos que siempre debieron estar conectados, formalizar intercambios que antes dependían de la buena voluntad, o redefinir el orden en que ocurre cada paso para que nada se estanque.

 

Innovación en prácticas internas: mejorar la coordinación sin tocar la estructura

 

Cuando hablamos de innovación organizacional, solemos imaginar transformaciones profundas: nuevos modelos de gestión, reestructuras completas y cambios culturales que toman años. Pero existe una vía mucho más accesible, rápida y de bajo riesgo, especialmente útil para empresas que necesitan mejorar su operación sin detenerla: la innovación en prácticas internas, un enfoque centrado en modificar las rutinas, rituales y dinámicas cotidianas que moldean la manera en que las personas trabajan juntas.

Esta idea se apoya en investigaciones de Martha Feldman y Brian Pentland, dos investigadores organizacionales que demostraron que las rutinas organizacionales —esas acciones repetitivas y a veces invisibles que todos damos por sentado— son, en realidad, una de las palancas más poderosas de cambio. Al ajustar ligeramente una rutina, se puede transformar la coordinación, la circulación de la información y la eficiencia, sin necesidad de alterar la estructura formal de la empresa. Es una innovación silenciosa, pero profundamente productiva.

Su bajo riesgo radica exactamente en eso: no se cambia el organigrama, se cambian los comportamientos. En muchas pymes o empresas familiares, una simple práctica puede destrabar problemas que llevan años normalizados. Por ejemplo, introducir una reunión de 10 minutos cada lunes para identificar bloqueos tiene un impacto inmediato en claridad y priorización. Crear un espacio seguro donde cualquier persona pueda reportar fricciones operativas reduce tensiones que antes se escondían. Son ajustes modestos, pero transforman cómo fluye el trabajo.

Esto también ocurre cuando una empresa formaliza un proceso que siempre se hacía “como cada quien podía”. Documentar un solo paso clave, acordar un formato común para entregar información o revisar métricas una vez por semana cambia la forma de decidir y reduce errores repetitivos. El equipo sigue siendo el mismo, las herramientas también, pero la forma de usarlas mejora.

Para empezar a implementarla, conviene mirar la operación con lupa y buscar tensiones pequeñas pero persistentes: un retraso cotidiano, un punto ciego donde siempre se pierde información, un cuello de botella que todos conocen pero nadie atiende. La propuesta es introducir un ritual o dinámica que ataque esa tensión de manera constante: una revisión diaria breve, un tablero visible de tareas, un cierre de semana compartido, un canal único para reportar incidencias. No son grandes transformaciones; son microcambios que ajustan la manera real en que la organización se coordina. ¿Qué pequeña práctica podrías cambiar mañana para que toda tu empresa trabaje mejor?

 

Innovación estratégica en el modelo de negocio: hacer ajustes clave sin reinventar todo

 

La innovación en el modelo de negocio suele asociarse con transformaciones profundas y riesgosas, porque implica cambiar la manera en que una empresa crea, entrega y captura valor. Sin embargo, existe una versión más accesible y segura: los ajustes estratégicos. En lugar de transformar por completo el modelo, se trata de hacer cambios medidos en cómo se empaqueta la oferta, cómo se monetiza o cómo se relaciona con el cliente, sin alterar el producto central.

Puede parecer innovación incremental, porque son modificaciones pequeñas, pero en realidad no lo es, ya que no estás tocando el producto. Estos ajustes operan en niveles más estratégicos: canales, fuentes de ingreso, empaquetado o servicios complementarios. 

Por ejemplo, puedes introducir un esquema digital de preventa para ciertos productos, añadir un servicio posventa con seguimiento remoto o diseñar paquetes escalonados para distintos tipos de clientes. No estás inventando algo nuevo, sino aprovechando tu conocimiento actual y tu capacidad operativa para capturar más valor o mejorar la experiencia. 

Un ejemplo de esto es Rappi, que sin dejar de ser una plataforma de entregas, reconfiguró parcialmente su modelo al crear Brands by Rappi, una iniciativa que permite a las marcas anunciarse y activar campañas directamente dentro de su ecosistema. Es un ajuste estratégico: aprovechan la misma infraestructura, la misma base de usuarios y la misma operación, pero abren un nuevo flujo de ingresos sin cambiar el servicio principal.

Este enfoque se apoya en ideas que Alexander Osterwalder y Yves Pigneur plantean en el libro Business Model Generation, en el que plantean el uso de una herramienta: El Business Model Canvas. Este es un esquema diseñado por Osterwalder para visualizar cómo una empresa crea, entrega y captura valor, el cual demuestra que un modelo de negocio no es un documento fijo, sino un mapa flexible formado por nueve bloques (como fuentes de ingreso, canales y relaciones con clientes) que pueden ajustarse estratégicamente para explorar nuevas vías de valor sin arriesgar el núcleo del negocio. 

Así que si quieres hacer este tipo de “microinnovaciones”, es importante que tomes este esquema, lo pongas sobre la mesa y empieces a experimentar moviendo bloques pequeños: un canal nuevo, una forma distinta de cobrar, una propuesta más clara para un segmento concreto.

Para implementarlo, empieza por mirar los patrones reales de tus clientes: ¿qué canales les resultan más cómodos?, ¿qué partes de tu servicio les generan fricción o incertidumbre?, ¿qué tan dispuesto estaría un segmento a pagar por algo nuevo (una suscripción, una preventa, un paquete premium)? Con esos datos, puedes diseñar experimentos muy pequeños —pequeñas “apuestas estratégicas”— para probar cambios, medir su impacto y escalar lo que funcione. Este tipo de innovación te permite evolucionar tu modelo de negocio con agilidad y con un riesgo mucho menor que el de una transformación radical.

Todas estas estrategias de innovación comparten algo importante: no requieren romperlo todo. Pueden ser graduales, complementarias, estratégicas y, sobre todo, de bajo riesgo. La clave está en saber elegir el tipo de innovación adecuado para la etapa en la que se encuentra la empresa y para la tolerancia al cambio de su equipo.

 

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