En Saint Albans School, una de las escuelas privadas más antiguas del mundo, muchas de las clases eran aburridas, pero no las de Dikran Tahta, un profesor de matemáticas que se dejaba la piel en cada clase haciendo que sus cátedras fueran animadas y emocionantes, así como un espacio propicio para el debate abierto entre los estudiantes.
Esto podría no ser tan relevante, con la excepción de que Dikran Tahta fue el docente de matemáticas que inspiró a uno de los científicos más reconocidos de la historia a convertirse en físico y a estudiar el universo, Stephen Hawking.
Por supuesto, en esos tiempos Hawking no era uno de los científicos más populares después de Albert Einstein como después se convirtió, ni había dedicado todavía gran parte de su vida a la divulgación científica y al estudio de cuestiones cruciales en el universo, como las leyes que lo rigen.
Era más bien un estudiante que podía ser perezoso y que tenía mala letra –según él mismo cuenta–, pero que dejó que su profesor le “abriera los ojos” a las matemáticas, gracias a las enseñanzas y la pasión que ponía en cada clase.
“Todo empieza por una semilla de amor, el amor por la música, el amor por la historia, para mí, el amor por la ciencia”, contaba Hawking hace unos años durante la ceremonia de entrega del Global Teacher Prize, el premio más grande de la educación, al cual se le conoce como “el Nobel” de la enseñanza, donde compartió esta anécdota.
Hawking construyó su primera computadora con ayuda de su mentor y, gracias a él, se convirtió en maestro de matemáticas en Cambridge, un puesto que alguna vez ocupó Isaac Newton.
“He pasado mi vida intentando develar los misterios del universo. Cuando cada uno de nosotros piense qué puede hacer en la vida, es muy probable que eso lo haga gracias a un profesor. Detrás de una persona excepcional, hay un maestro excepcional”, sostuvo en su momento.
Los docentes marcan y transforman nuestras vidas, por eso, vamos a contarte tres historias inspiradoras de maestros que no te puedes perder.
Tecnología desarrollada a partir de la empatía
Marcelo Ranzoni tenía 20 años cuando pisó por primera vez un salón de clases. En ese tiempo era ayudante de cátedra de la universidad donde estudiaba ingeniería, y algunos de sus alumnos le duplicaban la edad.
Aun así, Marcelo recibía elogios de sus colegas, los cuales destacaban la manera que tenía de transmitir los conocimientos y el clima de aprendizaje que fomentaba en cada clase.
Pero la pasión por la docencia le ‘atravesó’ definitivamente tiempo después, al dictar diversas materias relacionadas con tecnología y al ver los resultados que obtenía, porque desde el principio, él aprendió a vincularse con sus alumnos desde las emociones y el sentido del humor.
“Sé que el aula es mi lugar, es ese vínculo y conexión con mis estudiantes el que genera excelentes resultados, no solo con respecto a los contenidos académicos y la articulación entre la teoría y la práctica, sino también en la posibilidad de inspirar empatía, soñar y de convivir con la diversidad”, asegura.
La articulación entre la teoría y la práctica la empezó a buscar desde hace muchos años, pero fue en 2018 que estos esfuerzos cristalizaron en una iniciativa en la que los estudiantes desarrollan proyectos tecnológicos con impacto social, llamada Empatizando.
Marcelo está seguro que mediante la empatía trascendemos los límites de nuestra persona y nos adentramos en la experiencia del otro, por ello, es a partir de esta emoción de la que parte para conectar con sus alumnos e insuflarles la pasión por la creación de proyectos de impacto social, a través de los que aprenden la utilización de la tecnología.
Para desarrollar cada solución parte de la premisa: “primero debemos conocer y entender, ya que solo así podemos ser parte de la solución”. Así que Marcelo y sus alumnos, jóvenes entre 15 y 17 años, en la etapa de ideación de cada proyecto, asisten a reuniones con miembros de organizaciones, fundaciones, profesionales o grupos relacionados directamente con el tema que se ha de abordar en el trabajo.
De manera paralela, el docente les guía a través de las distintas disciplinas que ayudarán a los estudiantes a crear la solución, por ejemplo, diseño UX o accesibilidad. De esta manera, ellos entienden las motivaciones y necesidades del usuario de lo que están desarrollando, con el objetivo de que la creación sea completamente usable y accesible para las personas.
Algunos de estos actores –ya sea especialistas en el tema que están tratando u ONG ‘s– con los que los jóvenes se reúnen, los acompañan durante el proceso de creación e ideación del proyecto y ayudan a realizar los testeos de usabilidad con los usuarios. Hoy Empatizando cuenta con más de 480 alumnos y los proyectos, año con año, van creciendo.
“Tenemos proyectos que tienen más de 10 mil descargas en diversos países de habla hispana, desde España a todo el continente americano”, explica el profesor.
Empatizando es un semillero de proyectos, por ejemplo, LectO, un editor de textos para personas con dislexia que hoy tiene más de 25 mil usuarios de 35 países, y en siete idiomas.
Este trabajo contó con el apoyo de Microsoft y la ONG Disfam, la más grande en el mundo hispano dedicada a la dislexia. 10% de la población mundial tiene esta condición, por lo que cuatro estudiantes de Marcelo, Ulises López Pacholczak, Fausto Fang, Lisandro Elías Acuña y Gonzalo Díaz de Vivar, crearon esta aplicación que mediante herramientas como colores, audios y pictogramas, le ayuda a las personas con esta dificultad específica de aprendizaje a que puedan aliviar la dificultad de acceder a la lectura de forma fluida y precisa.
Al principio los creadores de este proyecto lo pensaron como un editor de texto parecido a Word, pero luego le agregaron otros recursos de accesibilidad y distintas funcionalidades como la de poder escuchar el texto o detenerse sobre una palabra y que esta muestre el significado a través de un pictograma, o la posibilidad de sacarle una foto al texto y poder escucharlo gracias a esta herramienta.
Junto a LectO se encuentran otras soluciones, como Básquet on Wheels, un juego con el objetivo de dar a conocer el básquet en silla de ruedas; TEActivity; una aplicación que permite a los niños con autismo aprender, disfrutar y entretenerse, a la vez que le ofrece información y consejos para mantener lazos fuertes con los niños, o Demi, una herramienta que le permite a los adultos mayores estimular el reconocimiento de personas de su entorno y de objetos en general.
“Todo esto representa para la institución, este espacio y los docentes, un verdadero orgullo. Lo es que esos proyectos trasciendan el laboratorio, y dejen de ser proyectos curriculares para satisfacer la demanda de un docente y pasen a ser proyectos de interés de los estudiantes para impactar positivamente en la calidad de vida de las personas”, sostiene el profesor.
Hacer crecer ‘graffiti verde’ en el Bronx
En el barrio del Bronx, en la ciudad de Nueva York, muchas cosas parecen ser no muy sencillas de lograr.
Ni vivir tranquilamente –es uno de los barrios más peligrosos de la ciudad-, ni alimentarse correctamente (37% de los habitantes del sur del Bronx padecen inseguridad alimentaria); ni educarse satisfactoriamente tampoco: 90% de de los estudiantes de nivel superior, después de haber cursado los cuatro años de formación, no están listos con el nivel que se necesita para entrar a la universidad, según el Annenberg Institute for School Reform, un centro de investigación sobre educación en escuelas urbanas.
De esa zona de la ciudad, las personas suelen migrar en búsqueda de una vida mejor.
A algunos barrios de ese distrito les va mejor que a otros, pero en el sur del Bronx –conocido por ser el distrito más pobre de Estados Unidos– es donde Stephen Ritz enseña a sus alumnos a instalar jardines verticales y a alimentar personas y ganar dinero por ello.
En realidad, no solo se trata de la instalación de paredes verdes, sino de echar a andar un programa de producción de alimentos que permite cultivar alimentos de manera vertical, utilizando una nueva tecnología de bajo costo y que requiere 90% menos de espacio y de agua.
La idea de Stephen comenzó enseñándoles a sus estudiantes a cultivar ciertas plantas en un jardín de la escuela que nadie utilizaba. Pero se dio cuenta que era muy poco práctico y buscó la manera en la que el jardín pudiera estar en el salón de clase, y así incluso sus alumnos con discapacidad podrían trabajar en él.
Para lograrlo, le pidió ayuda al presidente de su barrio y director de George Irwin, Green Living Technologies, una compañía que diseña muros verdes, el cual acudió al salón de clases y con sus propias manos ayudó a Stephen y a los estudiantes a construir el muro.
“Lo acompañamos de auténticas experiencias de aprendizaje, y dimos a luz a la primera pared comestible de Nueva York. Si tienes hambre, puedes comer ahora mismo”, explica Stephen con humor en una charla TED, que se encuentra entre los 10 mejores videos de profesores de todos los tiempos.
El proyecto no se quedó aquí, sino que sus estudiantes acudieron a Boston y se convirtieron en los primeros en instalar una pared verde comestible de 21 pisos de altura, diseñada por computadora y alumbrada por tecnología LED, en la torre John Hancock, un rascacielos de 60 plantas y 241 metros de altura.
“¿Y qué haces con esa comida que dan los muros verdes que instalamos? ¡La comes! Y ese es mi legado. Mis estudiantes y esa salsa que preparan y comen con tenedores de plástico, y que ayuda a alimentar a los profesores y a los alumnos. Mis estudiantes son la fuerza de trabajo más joven certificada a nivel nacional de los Estados Unidos”, cuenta con una sonrisa.
Casi todos sus alumnos viven bajo la línea de pobreza, pero hasta el día de hoy, los estudiantes de Stephen han instalado más de 100 jardines solo en las escuelas públicas de Nueva York.
“Cuando niños del distrito más pobre de Estados Unidos pueden construir una pared de nueve por 4.5 metros, diseñarla, plantarla e instalarla en el corazón de Nueva York, eso es un verdadero ‘¡sí se puede!”, sostiene.
Incluso Ruben Diaz, el entonces presidente del Bronx y Gustavo Rivera, senador por el distrito 33 del estado de Nueva York, visitaron hace unos años el salón de clases de Stephen, para conocer el proyecto y felicitar a los jóvenes por todo lo que estaban logrando.
“Cuando el presidente y el senador del Bronx vienen a nuestro salón de clases, créanme, el Bronx puede cambiar de actitud. Estamos preparados, listos y deseosos de exportar nuestro talento y diversidad en formas que nunca habíamos imaginado”, asegura.
Para Stephen, él está “sembrando” en el Bronx justicia social, y está enseñando a los estudiantes a dar y a recibir.
Otro proyecto social paralelo es un mercado agrícola, con cuyas ganancias compran regalos para las personas sin techo, de esa manera, también empezaron a retribuir a los otros. Este mercado agrícola escaló a un proyecto que se denominó “Food for others”, el cual se ubicó en los jardines de Bissel, un lugar en el que antes existía consumo de drogas y prostitución. En esas ocho cuadras, hoy se cultivan vegetales y se le da de comer a cientos de personas.
“Mis amigos, en algún lugar del arcoíris, se encuentra el sur del Bronx, en Estados Unidos, y nosotros lo estamos haciendo. Este es nuestro grafitti verde, y así es la gloria y abundancia del condado de Bronx”, afirma.
Educar para que las mujeres puedan transformar su entorno
Oshikhandass es un pueblo de poco más de siete mil habitantes que pertenece a Pakistán, en el que principalmente las personas se dedican a la agricultura.
Salima Begum se crió entre los paisajes verdes que pueblan esa región montañosa, con pocas oportunidades de estudiar. En la aldea, la costumbre de que las mujeres estudiaran no estaba arraigada, además de que solo había una escuela que impartía educación primaria y secundaria en una pequeña escuela privada, en la que había solo un profesor y dos salones de clases.
Pero a pesar de eso, Salima amaba estudiar, así que después de completar su formación básica, tuvo que acostumbrarse largos trayectos que recorrer en autobús, primero para recibir educación secundaria superior en Gilgit, la ciudad más cercana, y luego para continuar estudiando el resto de su formación.
Durante todo este tiempo, su padre sufría una fuerte presión social y financiera, pero aún así, la siguió apoyando para estudiar, y años después, ella se convirtió en maestra, y de manera nada sorprendente dada su historia de vida, en una defensora de la educación de las mujeres.
Para ella, la educación es un concepto que enseña a los niños humildad, armonía y amor por los otros, pero que también les ayuda a enfrentar la vida real.
Por eso, en cada proceso de enseñanza ella cuestiona a sus alumnas sobre cómo van a usar el conocimiento para contribuir a conectarse con las personas de todo el mundo y alentarlas para que, de manera conjunta, se pueda trabajar para el mejoramiento de la humanidad, y eso es lo que hizo en la comunidad que se encuentra la escuela en la que da clases, en donde hay un problema de proliferación de basura. Las personas tiran su basura en las calles, por lo que esta se acumula, creando numerosos problemas para los habitantes.
Salima les hizo ver este problema a sus estudiantes, y les propuso que hicieran algo efectivo para hacer algo con esos desechos, por lo que les enseñó a realizar un fertilizante creado a partir de la composta resultante, el cual es orgánico y actualmente es usado por los pobladores para hacer crecer sus cosechas.
Ella no se queda con nada para sí misma, así que para replicar el impacto de este tipo de enseñanza, Salima ha formado a más de siete mil profesores a lo largo de su provincia, y ha ayudado a establecer un sistema de mentorías que permite la capacitación de docentes, para que estos puedan desarrollar este tipo de proyectos en sus aulas.
Está convencida de que sin docentes cualificados, es imposible brindar una educación de calidad, y por consiguiente será imposible desarrollar una nación civilizada.
“He introducido este proceso en muchas escuelas, y esta es mi historia de éxito”, asegura.
Sus superiores reconocen sus contribuciones a la educación de las mujeres, en una sociedad como la pakistaní, en la que las mujeres no tienen el mismo estatus que los hombres.
“Mi plan es trabajar por la educación de las mujeres, y cubrir sus gastos escolares, especialmente la de niñas que son muy capaces pero extremadamente pobres, pero quieren alcanzar una educación superior”, sostiene.
El lema de Salima, según cuentas sus estudiantes es, “aprende las 24 horas, no solo las seis horas que dura el horario de clases”. Ella quiere que sus estudiantes estén constantemente aprendiendo, y día con día hace de esto su motor de vida.