Hace unos años, la inteligencia artificial (IA) se presentó como un fenómeno que transformaría nuestras vidas y nuestros trabajos. Desde el análisis de datos hasta la automatización de tareas, la IA prometía un cambio radical, y no cabe duda de que lo ha logrado en muchas áreas: en la medicina, donde permite diagnósticos más precisos a través del análisis de imágenes; en el comercio, personalizando recomendaciones de productos y optimizando la cadena de suministro; en la movilidad, con la creación de vehículos autónomos; o incluso en la educación, facilitando el aprendizaje a través de tutores virtuales que se adaptan a las necesidades de cada estudiante.
Pero, en la actualidad, ese avance ha sido superado por la convergencia de la IA con otros elementos tecnológicos como los sensores avanzados y bioingeniería, lo que ha dado paso a lo que se le ha llamado inteligencia viva, un nuevo paradigma que va más allá de las máquinas que aprenden, y que tiene que ver con el desarrollo de sistemas que no solo responden a los estímulos humanos, sino que también los anticipan y optimizan.
Los sensores avanzados, al detectar información en tiempo real, permiten que la IA no solo interprete datos, sino que también los utilice de manera mucho más interactiva, adaptándose a contextos cambiantes y mejorando continuamente. De manera complementaria, la bioingeniería está llevando a cabo avances que permiten una integración cada vez más estrecha entre lo digital y lo biológico, haciendo que los sistemas sean más humanos, más orgánicos.
Lo que distingue a esta forma de inteligencia es su capacidad para operar de manera autónoma y conectada, con un nivel de interacción que supera la simple automatización de tareas, porque ya no se trata de máquinas que replican funciones humanas, sino de un ecosistema inteligente que trabaja de manera colaborativa con los humanos, no solo para hacer las cosas más rápido, sino para mejorarlas de forma constante y sin intervención humana.
Este avance coloca a la inteligencia viva en el centro de lo que se ha llamado el superciclo tecnológico, una revolución que no solo cambiará la forma en que trabajamos, sino que transformará nuestra manera de vivir, de interactuar con el mundo y entre nosotros mismos, al hacer a la economía más productiva y al hacer crecer a las economías más rápidamente, lo que, de acuerdo a la autora de esta teoría, Amy Webb, ya se puede observar en la economía de Estados Unidos durante los últimos años.
Amy Webb es ex editora de la famosa revista de negocios Harvard Business Review, futurista y también fundadora del Future Today Institute, una consultoría que se especializa en el análisis de tendencias tecnológicas y su impacto en la sociedad, y predice que a medida que la convergencia de la inteligencia artificial, los sensores avanzados y la bioingeniería avancen, una productividad sin precedentes ya está y estará cambiando en el futuro la naturaleza del trabajo y la interacción humana con las máquinas.
Según un análisis económico realizado en el estudio “The Era of Living Intelligence” –realizado por el Future Today Institute–, la productividad en varios sectores ha experimentado un aumento significativo, debido a la automatización de procesos y a la forma en que los sistemas inteligentes, basados en la integración de IA, sensores y bioingeniería, permiten una optimización en tiempo real que antes no era posible, provocando que sectores como la manufactura, la atención médica, y la logística, entre otros, hayan experimentado una alza en la productividad, ya que esta inteligencia viva permite ahorrar tiempo, minimizar errores, aumentar la eficiencia y permitir innovaciones de productos y servicios a una velocidad mucho mayor.
Sensores y su relación con la inteligencia artificial
En el corazón de la revolución tecnológica actual y junto a la inteligencia artificial y a la bioingeniería, los sensores avanzados se perfilan como unos verdaderos catalizadores del cambio. Estos diminutos pero poderosos dispositivos se han convertido en los ojos y oídos de una inteligencia artificial que se alimenta de datos en tiempo real, y en el que cada interacción, cada susurro del entorno, es registrado por una red de sensores siempre activos, transformando la información en conocimiento práctico.
Un estudio reciente titulado Artificial Intelligence Sensor: Its Growth and Future Prospects destaca cómo esta tecnología ha evolucionado significativamente en los últimos años, al hacer posible que las máquinas “entiendan, aprendan, predigan y se adapten” a su entorno, permitiendo aplicaciones tan diversas como la detección de rostros en multitudes, el análisis de emociones en tiempo real o el monitoreo automatizado en industrias como la salud, el hogar inteligente y la automoción.
En la agricultura, por ejemplo, los sensores están revolucionando prácticas ancestrales. John Deere, el icónico fabricante de maquinaria agrícola, utiliza sensores inteligentes para monitorear condiciones del suelo, la salud de los cultivos y el rendimiento del equipo, en lo que ha denominado la granja del futuro, un concepto que combina maquinaria autónoma, sensores avanzados y conectividad masiva que permiten plantar más de 1,000 semillas por segundo con una precisión milimétrica, realizar tareas agrícolas sin intervención humana y optimizar el uso de fertilizantes y herbicidas a través del aprendizaje automático en tiempo real para identificar y tratar cultivos específicos.
La compañía tiene como objetivo conectar un millón de máquinas adicionales, consolidando una red de dispositivos con cientos de sensores que recopilan, analizan y transmiten datos en tiempo real, haciendo posible una toma de decisiones más eficiente y sostenible.
Tanto en el campo como en la ciudad, los sensores nos transforman
Por su parte, en las ciudades, los sensores inteligentes están transformando la manera en que vivimos y gestionamos los espacios urbanos, al integrarse con sistemas de inteligencia artificial para crear entornos más eficientes, seguros y sostenibles.
Un ejemplo son las ciudades inteligentes que implementan redes de sensores para monitorear el tráfico en tiempo real. En lugares como Singapur, estos dispositivos recopilan datos sobre la congestión vial y, con ayuda de algoritmos de IA, optimizan los semáforos y rutas de transporte público para reducir tiempos de traslado y emisiones contaminantes o permiten gestionar estacionamientos y contenedores de basura como en Barcelona, en donde los sensores permiten automatizar la recolección de residuos y dirigir a los conductores hacia espacios disponibles, lo que disminuye el tráfico y mejora la eficiencia en el uso de los servicios públicos.
El ámbito de la salud tampoco se queda atrás. Los sensores, combinados con inteligencia artificial, están revolucionando el diagnóstico, la atención médica y el monitoreo de pacientes. Un ejemplo es Medtronic, una empresa líder en dispositivos médicos, que ha desarrollado sensores implantables y conectados a IA, que son capaces de monitorear de manera continua los niveles de glucosa en pacientes con diabetes, prediciendo así picos o caídas de azúcar en la sangre y alertar al paciente con antelación. Otro ejemplo es el Apple Heart Study, una colaboración entre Apple y la Facultad de Medicina de la Universidad de Stanford. Con la participación de más de 400,000 usuarios, los resultados demostraron que el Apple Watch podía identificar de manera segura y efectiva estas anomalías, facilitando una intervención médica temprana y potencialmente salvando vidas.
A medida que los sensores se vuelven más pequeños, más precisos y más omnipresentes, también están transformando la forma en que interactuamos con la tecnología. Los automóviles modernos, por ejemplo, activan automáticamente sus luces al detectar la oscuridad, mientras que los teléfonos inteligentes albergan hasta 25 sensores que rastrean desde el movimiento hasta las biometrías de los usuarios. En la industria alimentaria, cada alimento que consumimos probablemente ha pasado por docenas de sensores, garantizando calidad y seguridad.
En un futuro no muy lejano, estas tecnologías podrían ser tan invisibles como imprescindibles, operando en segundo plano para optimizar nuestras vidas. Desde gestionar tareas cotidianas hasta anticipar problemas antes de que se conviertan en crisis, los sensores avanzados están sentando las bases de un mundo más conectado, más eficiente y más humano. Según el estudio de The Future Today Institute, a finales de 2023, había 16.6 mil millones de dispositivos conectados en funcionamiento, y se estima que el número de dispositivos IoT (Internet de las cosas) se duplicará, alcanzando 37.5 mil millones en los próximos siete años.
Bioingeniería y su relación con la inteligencia artificial
La convergencia entre la bioingeniería y la inteligencia artificial (IA) nos está llevando a un futuro que antes parecía ciencia ficción y que ahora está tomando forma gracias a los avances en la interpretación y diseño del ADN.
La IA ya no solo está ayudando a analizar las secuencias genéticas; está comprendiendo su «lenguaje» y, lo que es aún más asombroso, generando nuevas secuencias de ADN que no existen en la naturaleza, pero que podrían tener aplicaciones revolucionarias en medicina, biotecnología y la creación de vida sintética.
Por ejemplo, la introducción de modelos de IA como Evo, el cual es capaz de entender, analizar y generar secuencias de ADN gracias al entrenamiento con millones de genomas bacterianos, y con lo que ha aprendido a predecir los efectos de las mutaciones a todos los niveles biológicos, desde el ADN hasta el organismo completo. Antes, crear un nuevo organismo solo formaba parte de la ciencia ficción pero hoy, con estas tecnologías, el futuro parece habernos alcanzado, ya que con la capacidad de generar secuencias de ADN que no existen en la naturaleza, Evo ha propuesto combinaciones genéticas que pueden funcionar igual o mejor que las existentes.
Esta capacidad para simular y predecir el comportamiento celular también está acelerando el proceso de creación de órganos artificiales mediante la bioimpresión 3D. Gracias a la IA, se pueden diseñar estructuras complejas de tejidos que imitan de manera más precisa la funcionalidad de los órganos humanos, lo que abre la posibilidad de generar trasplantes personalizados para los pacientes, reduciendo así la dependencia de los donantes y minimizando el riesgo de rechazo.
Un ejemplo es Organovo, una empresa pionera en el campo de la bioimpresión de tejidos humanos. Organovo ha logrado imprimir estructuras de tejido hepático humano utilizando células vivas.
La empresa utiliza impresoras 3D especializadas que depositan capas de células vivas, creando tejidos funcionales que imitan el comportamiento y las características de los órganos humanos.
En el caso del hígado impreso en 3D, Organovo ha logrado crear tejidos que pueden metabolizar compuestos y realizar funciones similares a las del hígado real, lo que es un avance significativo en la investigación médica.
Además de sus aplicaciones en la medicina, esta tecnología está transformando la forma en que las compañías farmacéuticas realizan pruebas de nuevos fármacos, ya que pueden simular cómo interactúan los medicamentos con órganos humanos específicos sin necesidad de recurrir a pruebas en animales o a cultivos celulares tradicionales. En este sentido, la empresa CELLINK ha desarrollado una impresora 3D que imprime células humanas en capas, creando tejidos funcionales que imitan la estructura y las funciones de órganos como el corazón, el hígado, los riñones y los pulmones, y que ha sido esencial probar cómo reaccionan los compuestos farmacológicos en un entorno que simula más de cerca la biología humana, lo que mejora la precisión y reduce la dependencia de las pruebas en animales.
Esta empresa desarrolló un hígado impreso en 3D que ha sido utilizado para probar medicamentos hepatotóxicos, es decir, aquellos que pueden causar daño al hígado.
¿Cómo prepararse ante esta nueva era?
La respuesta parece clara: los líderes empresariales tienen que ser rápidos, pero también tener visión de futuro. Como ha explicado Amy Webb, las empresas que sepan adaptarse y actuar ahora tendrán la ventaja frente a las disrupciones del mercado. Y si no lo hacen, quedarán atrás.
Pero no es solo cuestión de adaptarse, sino de entender realmente lo que está pasando. La inteligencia viva parece ser no solo un término que está empezando a estar de moda, sino la clave de todo lo que está por venir, y las organizaciones tienen que saber cómo funciona para liderar con confianza.
El primer paso es desmitificar todo esto. Los líderes deben entender cómo interactúan la inteligencia artificial, los datos sensoriales y la bioingeniería para crear una cultura de innovación. Y sí, también hay que lidiar con los dilemas éticos: ¿qué pasa con los datos que recolectan nuestros biosensores? ¿Cómo impactará la automatización en los trabajos de las personas? Estas son preguntas difíciles, pero necesarias para asegurar que estos avances no destruyan lo que ya tenemos.
Una vez que se han resuelto esas dudas, el siguiente paso es pensar en el futuro. Las empresas necesitan imaginar cómo estas tecnologías cambiarán sus procesos y productos. Y para eso, deben estar listas para reaccionar con flexibilidad, adaptándose a una nueva visión de negocio a largo plazo. No se trata solo de predecir lo que viene, sino de estar listas para responder rápidamente cuando las cosas cambien.
Webb también insiste en algo fundamental: las empresas tienen que invertir en sus equipos. Con la llegada de nuevas tecnologías, las habilidades que los trabajadores tienen hoy probablemente no servirán para mañana. Programas de reskilling y upskilling —es decir, formación para actualizar las habilidades— son esenciales para preparar a los equipos para trabajar codo a codo con IA y sensores. Además, los líderes tienen que estar atentos a las leyes y regulaciones, que aún están en proceso de adaptarse a esta nueva realidad.
La “inteligencia viva” no es solo un salto en la tecnología; es una revolución que cambiará nuestra forma de vivir, de trabajar, de relacionarnos con las máquinas y con el entorno. Desde la salud hasta la agricultura, pasando por las ciudades inteligentes, todo está siendo redefinido. Pero este futuro lleno de posibilidades también viene con desafíos: tenemos que ser conscientes de cómo usar esta tecnología para hacer el bien, aprovechando sus beneficios pero gestionando sus riesgos. Porque al final, la inteligencia viva es una oportunidad para repensar cómo vivimos y trabajamos, buscando un equilibrio entre la tecnología y la humanidad.