Concebimos el conocimiento como un recurso a almacenar. Bibliotecas corporativas, intranets, repositorios de documentos y sistemas de gestión que fueron diseñados para capturar y clasificar información. El objetivo parecía simple: preservar la memoria organizacional.
Resultado: cementerios digitales donde las ideas van a morir.
Informes nunca leídos, presentaciones archivadas sin contexto, lecciones aprendidas que nadie consulta. Hemos digitalizado procesos analógicos sin transformar la lógica. Peor aún: el conocimiento que no se actualiza se deprecia más rápido que la tecnología que lo aloja.
Esa presentación de «mejores prácticas» del año pasado ya está obsoleta. Solo que nadie se ha dado cuenta.
La IA generativa combinada con arquitecturas RAG (sistemas que buscan información específica y generan respuestas contextualizadas), está forzando a replantear radicalmente qué significa gestionar conocimiento. No se trata de mejores repositorios, sino de cómo personas y sistemas co-producen conocimiento en tiempo real.
Schneider Electric enfrentaba el síntoma de toda organización global: 15,000 expertos en 100 países, más de 50,000 documentos técnicos dispersos, lecciones aprendidas enterradas en presentaciones que nadie podía encontrar.
Un ingeniero en India con un problema técnico similar a uno resuelto en Brasil meses antes no tenía forma de conectar con esa experiencia. Los equipos repetían errores, reinventaban soluciones, el capital intelectual se desperdiciaba sistemáticamente.
La información estaba disponible, pero programada para la obsolescencia en la práctica.
La empresa decidió implementar una red que mapea relaciones entre conceptos, proyectos y expertos. Un sistema que no solo busca información, sino que genera respuestas contextualizadas.
Ahora, cuando un ingeniero pregunta sobre optimización energética, el sistema: Le conecta con expertos, Sintetiza lecciones de proyectos similares, Propone soluciones basadas en patrones globales, Actualiza mejores prácticas automáticamente
El conocimiento se regenera con cada interacción, no se archiva para morir.
La idea no es nueva en la filosofía y la ciencia cognitiva. Andy Clark y David Chalmers, en su ensayo sobre la mente extendida, plantearon algo revolucionario: el conocimiento no se limita al cerebro, sino que se distribuye en artefactos, entornos y relaciones. Tu smartphone ya forma parte de tu proceso cognitivo. Un cuaderno, un software o ahora una aplicación de IA, forman parte del mismo proceso con el que se adquiere, procesa, almacena y utiliza información.
El conocimiento es un flujo más que un resultado. No se trata de acumular informes, sino de diseñar arquitecturas donde cada interacción con el dato produzca aprendizaje exponencial.
La IA no puede delegársele el rol de repositorio, es un actor en el flujo del conocimiento. Luciano Floridi, en su Philosophy of Information, insiste en algo que las organizaciones aún no comprenden: la información no es un objeto neutro, sino un elemento constitutivo de identidad. Las organizaciones no solo procesan información—son transformadas por la forma en que la procesan.
Veo por ello que las responsabilidades de quienes lideran Tecnología, de quienes encabezan los temas de Innovación e incluso de Talento y Cultura deberán reorientarse hacia acompañar la arquitectura de cómo se explota el conocimiento:
- Curar fuentes y garantizar calidad de datos
- Diseñar procesos de interacción humano-IA
- Estructurar cómo las personas y los sistemas colaboran
- Garantizar trazabilidad y procedencia del conocimiento
Y para consolidar estas acciones necesitaremos nuevas métricas que no miden acumulación—miden velocidad de actualización:
- Qué tan rápido incorporamos y aplicamos saberes
- Qué porcentaje de esos saberes se actualiza y con qué periodicidad
- Cómo un cambio macro, un experimento, genera valor cascada en otras áreas
Habrá que reinterpretar cómo se usa la memoria —personal y organizacional—: ya no hay que buscar un archivo, sino preguntar y recibir una síntesis; ya no hay que leer cientos de páginas, sino interpretar conexiones; ya no basta con archivar, sino con enriquecer colectivamente.
De este modo, el conocimiento se metaboliza en cada interacción.
La velocidad de aprendizaje será determinante. Las empresas que sigan pensando en repositorios terminarán acumulando polvo digital.