Rediseñar o desaparecer: Una guía para incorporar el diseño circular a tu modelo de negocio

Aprende cómo integrar el diseño circular en tu estrategia de producto, desde los materiales hasta el modelo de negocio.

Mariana F. Maldonado

Periodista especializada en innovación.
Jul 8, 2025

 

“Se compran colchones, tambores, refrigeradores, estufas, lavadoras, microondas o algo de fierro viejo que vendan…”

 

Si vives en México, seguramente has escuchado esta grabación pasar por tu calle. Y si alguna vez te deshiciste de un colchón viejo, es muy probable que se lo hayas vendido al personal que pasa en esa camioneta con el altavoz, recolectando estos objetos. Pero ¿alguna vez te has preguntado qué ocurre con ese colchón después?

No existe una cifra exacta de cuántos colchones se desechan anualmente en México, pero se estima que una cantidad considerable termina en vertederos o abandonados en espacios públicos. Lo que sí se sabe es que la generación de residuos sólidos urbanos en el país es alta, y que estos objetos voluminosos, al no contar con procesos formales de recuperación o reciclaje, suelen gestionarse de forma incorrecta y terminan en vertederos. 

Ahí, sus materiales pueden tardar hasta más de un siglo en desintregrarse. Y cuando se multiplica ese gesto cotidiano por millones de hogares en ciudades grandes y pequeñas, el problema se vuelve sistémico.

Pero no tiene por qué ser así.

En los Países Bajos, una empresa llamada Niaga decidió repensar por completo no solo colchones, sino también alfombras y muebles. Todos ellos comparten una característica crítica: tienen una vida útil de entre ocho y 12 años, contienen materiales valiosos, pero están diseñados de forma tan compleja y tóxica que, una vez usados, son imposibles de desmontar, reparar o reciclar económicamente. 

Niaga decidió empezar desde cero. Diseñaron productos con pocos materiales, todos no tóxicos, y conectados entre sí mediante adhesivos reversibles. Así, cuando termina su vida útil, cada componente puede separarse fácilmente y volver a entrar en el ciclo productivo. Nada se desperdicia.

Este enfoque permitió, además, abrir nuevas oportunidades de negocio. Por ejemplo, su colaboración con Auping, una marca de colchones, dio origen a un modelo de arrendamiento para hoteles y consumidores finales. El cliente paga solo por el uso, mientras que la empresa mantiene, limpia, sustituye y, finalmente, recupera todos los materiales. 

Casos como el de Niaga –el cual es reseñado por la Ellen MacArthur Foundation, una organización sin fines de lucro dedicada especialmente a promover la economía circular–  muestran que el diseño no solo define la forma o función de un objeto, sino también su destino. Y que, en un mundo con recursos limitados y una crisis ambiental creciente, repensar el diseño no debe ser solo una tendencia sino más bien una necesidad estratégica si queremos que el planeta en el que vivimos no colapse próximamente. 

 

“En la naturaleza no existe el concepto de residuo. Todo tiene un propósito, todo se reintegra.”
— William McDonough, coautor del libro ​​”De la cuna a la cuna. Rediseñando la forma en que hacemos las cosas” 

 

El diseño circular transforma desde el origen 

 

Ante este panorama, la pregunta es cómo trasladar estos principios a otros contextos, como el mexicano, donde el desafío del desperdicio ya está presente en cada esquina. Pero casos como el de Niaga son una prueba de que si se tiene la voluntad y si se ve el panorama completo en vez de analizar cada una de sus partes, es posible transformar productos complejos en soluciones circulares que no solo reducen residuos, sino que crean nuevas oportunidades de negocio. 

El contexto actual, en el que generamos millones de deshechos, nos obliga a cuestionarnos: ¿por qué seguimos fabricando cosas que están condenadas a convertirse en basura? ¿Por qué, en pleno siglo XXI, objetos cotidianos como un colchón o una alfombra siguen siendo imposibles de reciclar?

La respuesta tiene que ver con una lógica que lleva décadas guiando nuestra forma de producir: la lógica lineal. Extraer, fabricar, usar y desechar. Un modelo pensado para la eficiencia inmediata, pero no para la permanencia. 

Durante mucho tiempo, esa manera de operar funcionó sin cuestionamientos. Pero hoy el contexto ha cambiado: los recursos naturales se encarecen, las regulaciones ambientales se vuelven más estrictas, y la presión de consumidores y gobiernos exige nuevas formas de pensar lo que producimos y cómo lo hacemos.

Frente a ese escenario, el diseño circular empieza a cobrar fuerza como una forma de replantear productos, procesos y modelos de negocio para que, desde el inicio, estos estén diseñados para durar, transformarse, regenerarse y volver a entrar al ciclo.

 

La propuesta del diseño circular

 

Frente a este escenario, el diseño circular propone evitar la generación de residuos y contaminación desde el origen. Esto requiere abandonar la lógica de soluciones de fin de tubería –como se le llama al reciclaje, por ejemplo, el cual actúa cuando el daño ya está hecho y solo intenta mitigar sus efectos– y moverse hacia un rediseño integral de productos, procesos y modelos de negocio que funcionen de forma cíclica, no lineal.

Lograrlo implica una transformación de fondo al cambiar el tipo de preguntas que nos hacemos al innovar, repensar qué es lo que valoramos en este camino, y diseñar no solo para el usuario final, sino también para el sistema del que ese usuario forma parte, según explica la consultora McKinsey en un texto al respecto. 

En la práctica, esto significa transitar hacia una cultura de diseño que privilegie la durabilidad, la modularidad, la reparación, el reuso, y la regeneración. 

Cuando el diseño se vuelve consciente, colaborativo y regenerativo, se convierte en una herramienta no solo para ser más sostenibles, sino para crear un futuro económico más justo, inteligente y conectado con los límites del planeta.

 

Por qué el diseño circular es relevante hoy para las empresas

 

Durante años, hablar de sostenibilidad en los negocios fue algo reservado para empresas grandes, con capacidad de invertir en innovación verde o construir narrativas de marca en torno a la responsabilidad ambiental. Pero eso ha cambiado. Hoy, incorporar principios de diseño circular ya no es una tendencia entre compañías grandes, sino una estrategia para sobrevivir y crecer en un entorno que se transforma rápido.

¿Por qué? Porque no solo el ambiente lo pide sino también porque va a generar dinero hacerlo. Solo para dimensionar, según un estudio de la Ellen MacArthur Foundation, adoptar una economía circular, impulsada por la revolución tecnológica, permitiría a Europa aumentar la productividad de los recursos hasta un 3% anual. Esto generaría un beneficio económico directo de hasta 600 mil millones de euros al año para 2030 en las economías europeas.

Esta parece ser no una proyección sin sustento, ya que hay empresas que ya han comenzado a rediseñar sus productos y procesos y están viendo resultados concretos. 

IKEA, por ejemplo, no sólo ha empezado a vender repuestos para sus muebles, sino que también lanzó programas de recompra, reventa y arrendamiento en varios países. Solo en 2019, cerca de 47 millones de piezas recibieron una segunda vida, y más de 38 millones se vendieron a través de sus tiendas “As‑Is” en Estados Unidos. 

El cambio también lo impulsa el mercado. Las personas están dispuestas a actuar. Según NielsenIQ, siete de cada 10 consumidores en el mundo afirman que modificarían sus hábitos si eso reduce su impacto ambiental. En consecuencia, vemos hoy que el cliente observa si el empaque es reciclable, si los materiales son trazables, si la marca se hace cargo de lo que produce hasta el final. Y esas decisiones cotidianas están redefiniendo el valor.

 

Cómo empezar: de la teoría a la práctica

 

 La transición hacia el diseño circular comienza teniendo el final del producto en mente: ¿qué ocurrirá cuando deje de funcionar?, ¿cómo podrá ser desarmado, reparado, reutilizado o reincorporado al sistema? Preguntarse esto cambia las decisiones que siguen, ya que obliga a pensar en cada componente no como algo descartable, sino como parte de un sistema vivo que puede tener múltiples vidas.

Otro punto clave es repensar los materiales. Por ejemplo, sustituir materiales vírgenes por reciclados puede reducir las emisiones de CO₂ ya que disminuye la necesidad de procesamiento de materiales vírgenes y evita la extracción intensiva de recursos naturales.

Para tomar decisiones informadas, muchas empresas están adoptando herramientas como el análisis de ciclo de vida (ACV), la cual permite visualizar y comparar los impactos ambientales de cada insumo a lo largo de su existencia, lo que incluye la extracción de materias primas, la producción, el transporte, el uso y la disposición final. Elegir bien el material, a veces, es elegir bien el modelo completo.

Y, en esa lógica, se abre una oportunidad aún más profunda: rediseñar el modelo de negocio. Cada vez más empresas están dejando de vender productos para ofrecer servicios. Philips ya no vende lámparas a los hospitales. Ofrece luz. Instala, mantiene y se encarga del sistema completo. Los clientes pagan por el servicio, no por el objeto. La empresa, a su vez, conserva el control sobre los materiales, que puede recuperar y reutilizar. Esta lógica —conocida como “servitización”— tiene especial sentido en sectores donde el uso pesa más que la propiedad. Y en muchos casos, basta una sola pregunta para empezar a explorarla: ¿lo que mis clientes realmente necesitan es el producto, o la función que cumple?

También está el valor de la reparación. En un mercado donde los consumidores valoran la durabilidad, facilitar el mantenimiento puede ser una ventaja. Patagonia, por ejemplo, como parte de su programa Worn Wear, repara ropa usada, la recompra y la revende. En otro momento, eso habría parecido un contrasentido pero hoy esta es una forma de construir lealtad, reducir costos y cerrar ciclos. 

Algunas marcas como Levi’s incluso están ofreciendo garantías extendidas, tutoriales de reparación o formando alianzas con talleres locales. De esta manera, la reparación deja de ser un servicio técnico, sino que se vuelve parte de la experiencia de marca.

Muchas veces, el punto de partida es empezar con una sola línea de productos, una conversación distinta con un proveedor para lograr materiales más fáciles de recuperar o ensamblar, una decisión diferente al elegir un material o el reciclaje de algún componente en vez de usar materias primas nuevas.

Lo importante es empezar. Porque cada pequeña decisión, tomada con conciencia, abre la puerta a un sistema más regenerativo. Y esa puerta, una vez abierta, cambia la forma en que se crea valor.

¿Cómo podemos diseñar para durar? ¿Qué pasará con esto cuando ya no se use? ¿Estamos creando algo que aporta o algo que terminará siendo desecho?

 

Las barreras más comunes: qué puede dificultar la transición

 

Adoptar principios de diseño circular no es un camino libre de obstáculos. Muchas empresas —especialmente pequeñas o con estructuras rígidas— enfrentan barreras comunes que pueden frenar el cambio si no se identifican a tiempo.

Una de las principales es la resistencia cultural. Durante décadas se ha pensado que diseñar para durar o para ser reparado va en contra de los intereses comerciales, por lo que cambiar esa mentalidad requiere cuestionar creencias arraigadas, tanto dentro de las organizaciones como en los propios consumidores.

Otra barrera frecuente es la falta de infraestructura. En muchos países de América Latina, por ejemplo, no existen redes formales de recolección, desmontaje o reciclaje, lo que puede dificultar el cierre del ciclo si no se generan alianzas o si no se piensa en soluciones locales y modulares desde el principio.

También está el desafío de los costos iniciales, ya que migrar hacia un diseño más circular a veces exige inversiones en rediseño de producto, análisis de ciclo de vida o nuevos procesos logísticos. Pero muchos de estos costos se recuperan con el tiempo gracias a la eficiencia material, la fidelidad de los clientes y las oportunidades de ingreso por nuevos servicios.

Finalmente, un error común es intentar rediseñarlo todo de golpe, lo que puede generar frustración. La circularidad no es una meta fija ni un sello verde, sino que es un proceso. Y a veces, el mayor avance comienza con una mejora en el empaque o una alianza nueva con quien ya está haciendo las cosas de otro modo.

 

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